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Ruega por nosotros y por nuestras familias

Nuestra Señora de las Nieves

Domingo 31 de mayo 

 

 

Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Fiesta central de nuestra fe, la Fiesta que celebra el misterio de Dios en si mismo.

 

Muchos teólogos, y muchos santos, a lo largo de los siglos de la Iglesia han buscado comprender y explicar este misterio, en la medida que puede ser explicado, y por supuesto sin agotarlo, pues es francamente inabarcable...

 

Por eso, les propongo, pedirle a Dios mismo su Gracia para poder acercarnos dia a dia un poco mas a este misterio de amor.

 

Les envío a continuación mucho material doctrinal para la propia formación. También algo del Catecismo de la Iglesia Católica. Y una homilía de San Juan Pablo II . Lean hasta donde puedan y aquello que les venga bien !

 

Saludos !

Padre Adolfo 


Acá va el material...

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Homilía de San Juan Pablo II en la Solemnidad de la Santísima Trinidad 1983

 

«”Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra” (Sal 8, 2). Queridos hermanos y hermanas (…). Estas palabras del Salmo responsorial de la liturgia de hoy nos ponen con temblor y adoración ante el gran misterio de la Santísima Trinidad, cuya fiesta estamos celebrando solemnemente. “¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”. Y sin embargo, la extensión del mundo y del universo, aun cuando ilimitado, per quanto sconfinato, no iguala la inconmensurable realidad de la vida de Dios. Ante él hay que acoger más que nunca con humildad la invitación del Sabio bíblico, cuando advierte: “Que tu corazón no se apresure a proferir una palabra delante de Dios, que Dios está en los cielos, y tú en la tierra” (Qo 5, 1).

 

Efectivamente, Dios es la única realidad que escapa a nuestras capacidades de medida, de control, de dominio, de comprensión exhaustiva. Por eso es Dios: porque es él quien nos mide, nos rige, nos guía, nos comprende, aun cuando no tuviésemos conciencia de ello. Pero si esto es verdad para la divinidad en general, vale mucho más para el misterio trinitario, esto es, típicamente cristiano de Dios mismo. Él es a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no se trata ni de tres dioses separados, lo cual sería una blasfemia, ni siquiera de simples modos diversos e impersonales de presentarse una sola persona divina, lo cual significaría empobrecer radicalmente su riqueza de comunión interpersonal.

 

Nosotros podemos decir del Dios Uno y Trino mejor lo que no es que lo que es. Por lo demás, si pudiésemos explicarlo adecuadamente con nuestra razón, eso querría decir que lo habríamos apresado y reducido a la medida de nuestra mente, lo habríamos como aprisionado en las mallas de nuestro pensamiento; pero entonces lo habríamos empequeñecido a las dimensiones mezquinas de un ídolo.

 

En cambio: “¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”. Es decir: Qué grande eres a nuestros ojos, qué libre, que diverso! Sin embargo, he aquí la novedad cristiana: el Padre nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo unigénito; el Hijo, por amor, ha derramado su Sangre en favor nuestro; y el Espíritu Santo, desde luego, “nos ha sido dado” de tal manera que introduce en nosotros el amor mismo con que Dios nos ama (Rm 5, 5), como dice la segunda lectura bíblica de hoy.

 

El Dios Uno y Trino no es, pues, solo algo diverso, superior, inalcanzable. Al contrario, el Hijo de Dios “no se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hb 2, 11), “participando en la sangre y la carne” (Ib. 2, 14) de cada uno de nosotros; y después de la resurrección de Pascua se realiza para cada uno de los cristianos la promesa del Señor mismo, cuando dijo en la última Cena: “Vendremos a él, y en él haremos nuestra morada” (Jn 14, 23).

 

Es evidente, pues, que la Trinidad no es tanto un misterio para nuestra mente –como si se tratase de un teorema intrincado–, cuanto, y mucho más, de un misterio para nuestro corazón (cf 1Jn 3, 20), puesto que es un misterio de amor. Y nosotros nunca captaremos, no digo tanto la naturaleza ontológica de Dios, cuanto más bien la razón por la que él nos ha amado hasta el punto de identificarse ante nuestros ojos como el Amor mismo (cf 1Jn 4, 16)».

 

(2/3) Pura Paternidad, pura Filiación, puro Nexo de Amor

 

«La Unidad de la Divinidad en la Trinidad de las Personas es un misterio inefable e inescrutable. Para poder explicar en cierto modo el significado del dogma fue de fundamental importancia la distinción entre el concepto de “persona” y el concepto de “naturaleza” o esencia. Persona es aquel o aquella que posee la naturaleza humana; la naturaleza es todo aquello por lo que quien existe concretamente es lo que es» (Selección de la Audiencia general 27-11-1985 ). «La Iglesia habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como de tres Personas que subsisten en la Unidad de la idéntica Naturaleza divina.

 

Las personas divinas se distinguen entre sí únicamente por sus relaciones recíprocas: de Padre a Hijo, de Hijo a Padre, de Padre e Hijo a Espíritu, de Espíritu a Padre e Hijo. En Dios, pues, el Padre es pura Paternidad, el Hijo pura Filiación, el Espíritu Santo puro Nexo de Amor de los dos. Esas relaciones, que así distinguen al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y que los dirigen Uno a Otro en su mismo Ser, poseen en sí mismas todas las riquezas de Luz y de Vida de la Naturaleza divina con la que se identifican totalmente. Son relaciones “subsistentes” que, en virtud de su impulso vital, salen al encuentro una de otra en una comunión en que la totalidad de la Persona es apertura a la otra, paradigma supremo de la sinceridad y de la libertad espiritual a la que deben tender las relaciones interpersonales humanas, siempre muy lejanas de este modelo trascendente.

 

Y por ello, nuestra reflexión ha de retornar con frecuencia a la contemplación de este misterio, al que tan frecuentemente se alude en el Evangelio. Jesús dice: “El Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10, 38), “yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30). “Por esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo” (Concilio de Florencia, Año 1442: DS 1331). “Lo que es el Padre, lo es no respecto de sí, sino respecto del Hijo; lo que es el Hijo, lo es no respecto de sí, sino respecto del Padre; del mismo modo el Espíritu Santo, en cuanto es llamado Espíritu del Padre y del Hijo, lo es no respecto de sí, sino respecto del Padre y del Hijo” (XI Concilio de Toledo, Año 675: DS 528). Las tres personas divinas, los tres “distintos”, siendo puras relaciones recíprocas, son el mismo Ser, la misma Vida, el mismo Dios» (Selección de la Audiencia general 4-12-1985 ).

 

(3/3) Misterio para nuestro corazón (Beata Isabel de la Trinidad)

 

«¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro!, ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti, oh mi Inmutable, sino que cada instante me haga penetrar más y más en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu amada morada y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que esté allí toda entera, toda despierta en mi fe, toda en adoración, toda entregada a tu acción creadora.

 

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y te pido que me “revistas de ti mismo” (cf Ga 3, 27-28). Identifica mi alma con todos los movimientos de tu alma, sumérgeme, invádeme, sustitúyeme por ti, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven en mí, venez en moi, como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quisiera pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme enteramente dócil a tus enseñanzas, a fin de aprenderlo todo de ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijarme siempre en ti y permanecer bajo tu gran luz. ¡Oh mi Astro amado!, fascíname, para que no pueda ya salir de tu irradiación.

 

¡Oh Fuego consumidor, Espíritu de Amor!, “sobrevén en mí”, survenez en moi (cf Lc 1, 35: superveniet in te) a fin de que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo: que yo sea para él una humanidad complementaria, humanité surcroît, en la que renueve todo su Misterio.

 

Y tú, ¡oh Padre!, inclínate hacia tu pequeña criatura, “cúbrela con tu sombra” (cf Lc 1, 35; Mt 17, 5), no veas en ella más que al “Amado en quien tú has puesto todas tus complacencias” (cf Mt 3, 17; 17, 5).

 

¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Yo me entrego a ti como una presa. Escóndete tú en mí, ensevelissez-vous en moi (cf Col 3, 3), para que yo me esconda en ti, en espera de ir a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas».

 

 

MATERIAL DOCTRINAL...

EL MISTERIO DE LA SANTISIMA TRINIDAD

 

1. La Santísima Trinidad es un misterio de fe

La Revelación sobrenatural de la existencia de la Trinidad de Personas en la unidad de la esencia de Dios es la mayor revelación que Dios ha hecho de sí mismo.

 

1.1. Magisterio de la Iglesia acerca de la Santísima Trinidad

En todos los Credos hay una definición precisa de la fe en la Trinidad. La fol111a más antigua que conocemos del Símbolo Apostólico (I) dice: «Creo en el Padre omnipotente, y en Jesucristo, salvador nuestro, y en el Espíritu Santo» (DS 1). Esta profesión sacada de la fórmula del bautismo atestigua la fe de la Iglesia antigua. Se conocen otras muchas formulaciones del Credo de la Iglesia, como la llamada Símbolo Apostólico del siglo V (2), que profesa: «Creo en Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor..., creo en el Espíritu Santo». Junto a estos Credos conviene recordar el Símbolo de Nicea (3), año 325, que recoge la divinidad del Hijo y su consustancialidad con el Padre; y el Credo Niceno-constantinopolitano, del Concilio de Constantinopla del año 381 (4), que enseña al mismo tiempo la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Finalmente, en el Símbolo de fe, conocido como Quicumque, (5), del siglo IV-V, se contiene ya de una fol111a clara y estructurada la doctrina de la Iglesia sobre la Trinidad.

 

1.2. Testimonio de la Sagrada Escritura sobre la Trinidad de Dios

 

1.  En el Antiguo Testamento no hay una revelación explícita de la Trinidad; pero sí hay insinuaciones, vestigios, alusiones sobre la Trinidad de Personas en Dios, que nosotros ahora podemos descubrir gracias a la luz de la Revelación Trinitaria del Nuevo Testamento. Las más importantes son:

 

«Hagamos al hombre a imagen y semejante nuestra» (Gén 1, 26).

 

Los Santos Padres, a la luz del Nuevo Testamento, han interpretado que la primera persona habla con las otras dos.

 

En las manifestaciones o teofanías de Dios aparece el «ángel de Yahvé» o el «enviado de Dios», esto es lo que significa ángel, que se comporta como el mismo Dios. Este hecho puede interpretarse como una distinción entre dos personas divinas; la de Dios que envía y la de Dios enviado. Además, en algunas ocasiones, estos ángeles hablan y actúan no como enviados, sino como el mismo Dios.

 

También a lo largo de las profecías mesiánicas se observa que el Mesías, enviado de Dios, es llamado y será el Hijo de Dios. Así, por ejemplo, en «Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado» (Sal 2, 7); «La Virgen da a luz y le llama Emmanuel, Dios con nosotros» (Is 7, 14). Todo ello supone una distinción entre la persona del Padre y la del Hijo. Aunque los judíos no podían interpretarlo de esa manera y entendían la filiación divina del Mesías como algo figurado, en el sentido de que todos somos hijos de Dios.

 

Finalmente, en los libros Sapienciales (6) se habla de la Sabiduría divina que existe desde toda la eternidad, que colaboró en la creación del mundo, etc. Esta Sabiduría divina no puede ser más que otra alusión a la Persona divina del Verbo (7). Pero, aún así, insistimos, en el Antiguo Testamento, sin la luz que nos da el Nuevo, no podía el pueblo judío conocer el misterio de la Trinidad.

 

2. En el Nuevo Testamento es desarrollado y elevado a un nuevo grado la Revelación divina comenzada y aludida en el Antiguo Testamento. Pueden distinguirse dos formas de revelación sobre la Trinidad: la de Jesús mismo y la interpretación dada por los Apóstoles a la persona y palabras de Jesús.

 

La Revelación hecha por Jesús mismo. El Señor con su vida y su doctrina fue revelando poco a poco a sus discípulos la verdad de la Trinidad de Dios. La existencia de las tres Personas divinas se manifiesta por primera vez en el anuncio del Arcángel Gabriel (8) a la Virgen María (9): «El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por cuya causa, el fruto santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).

Más tarde la Trinidad se mostró visiblemente en el bautismo de Jesús: «Al instante que salió del agua se abrieron los cielos sobre El y vio bajar al Espíritu Santo en forma de paloma. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi hijo querido, en quien tengo puesta toda complacencia» (Mt 3, 16-17). En esta teofanía, el Padre se manifiesta en voz, el Hijo en persona y el Espíritu Santo en paloma. Teofanía significa manifestación de Dios (en griego, Theos-Dios; phanos -manifestación).

 

Luego, a lo largo de su predicación, el Señor instruyó a sus discípulos en la fe de su filiación divina y en la existencia del Espíritu Santo: «decía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios» (Ju 5, 18); «Cuando venga el Abogado que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí» (Ju 15,26). Y sus últimas palabras antes de su Ascensión a los cielos son una afirmación definitiva de la Trinidad: «ld y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

 

Los Apóstoles predicaron esta verdad por todo el mundo. Entre otros muchos textos que manifiestan la predicación de los Apóstoles, San Pedro (10) escribió: «A los elegidos extranjeros de la dispersión del Ponto, Galacia. Capadocia, Asia y Bitinia según la presencia de Dios Padre, en la Santificación del Espíritu, para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo» (1 Ped 1, 1), donde proclama la existencia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

1.3. Herejías antitrinitarias

Frente a la fe verdadera de la Iglesia se produjeron varias herejías que negaban que el Hijo fuera Dios y afirmaban que era un modo de manifestarse del Padre (monarquianismo) (11); o que era una simple criatura humana elevada a la condición de Hijo de Dios (arrianismo) (12). También se negó que el Espíritu Santo fuera una persona divina (macedonismo, derivado de Macedonio (13), el autor de esta herejía).

 

Otros, por el contrario, afirmaron que había tres dioses (triteísmo) u otros errores como el dualismo, el monofisismo y el monotelismo (14). Finalmente, en la época moderna, algunos protestantes, aunque utilizan la terminología trinitaria, piensan que las Personas divinas son meras personificaciones de los atributos divinos como el poder, la sabiduría y la bondad. El Padre es el poder, el Hijo la sabiduría y el Espíritu Santo la bondad o amor.

 

2. Exposición del Misterio de la Santísima Trinidad

 

2.1. El conocimiento del Misterio de la Santísima Trinidad

El Misterio de la Santísima Trinidad lo ha revelado Dios en el Nuevo Testamento y es una verdad sobrenatural que sólo conocemos por la fe.

 

Tres son las cuestiones que plantea la doctrina de la Iglesia acerca del conocimiento de la Trinidad. Primera: La razón humana no puede conocer la Trinidad de Personas partiendo de principios naturales. Segunda: Aún supuesta la Revelación, con las solas fuerzas naturales no podemos demostrar positivamente la existencia del Misterio de la Santísima Trinidad. Tercera: Supuesta la Revelación, se puede probar que el Misterio de la Santísima Trinidad no es contradictorio con la razón.

 

1. La razón natural no puede conocer ni demostrar fa Trinidad (sentencia próxima a la fe).

El Concilio Vaticano I declaró que la razón humana no puede conocer ni demostrar la existencia de la Trinidad puesto que «se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios, de los que, de no haber sido divinamente revelados, no se pudiera tener noticia» (DS 3015) y «porque los misterios divinos, por su propia naturaleza, de tal manera sobrepasan el entendimiento creado que, aun enseñados por la revelación y aceptados por la fe, siguen, no obstante, encubiertos por el velo de la misma fe y envueltos de cierta oscuridad, mientras en esta vida mortal, peregrinamos lejos del Señor» (DS 3016).

 

La enseñanza de Jesús sobre la imposibilidad de conocer naturalmente el Misterio Trinitario es muy clara; «nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo» (Ju 1, 18).

 

Especulativamente es fácil comprender por qué no podemos conocer la existencia de la Trinidad con la razón natural que conoce siempre a través de las cosas creadas. La creación es el efecto de las operaciones ad extra, hacia afuera, de Dios y es propia de Dios Uno; y sólo por las operaciones ad intra,hacia adentro, del conocimiento y la voluntad de Dios se originan las Tres Personas divinas; como enseguida explicaremos. Luego el conocimiento que tenemos de Dios por las cosas creadas sólo nos permite conocer a Dios Uno, como causa o creador de ellas. y si no es posible conocer naturalmente la Trinidad, lógicamente menos aún podemos demostrar su existencia.

 

2. El Misterio de la Trinidad no es contradictorio con la razón humana (sentencia común).

 

Parece claro que la razón humana puede ilustrar por medio del conocimiento analógico el Misterio Trinitario. Así, los conceptos naturales de Padre, Hijo, Espíritu, esencia, persona, etc., sirven para exponer el Misterio de la Trinidad... y si es posible iluminar este Misterio con la razón, podemos concluir que no es contradictorio con ella.

 

2.2  La Iglesia expone su fe en la Trinidad divina utilizando analógicamente conceptos filosóficos

 

1. Noción de los conceptos filosóficos de esencia, naturaleza, sustancia, accidente, persona, procesión y relación.

 

Esencia es aquello por lo cual una cosa es lo que es. Así la esencia del hombre es «ser racional».

 

Naturaleza es el principio de operaciones de un ser. Cuando el ser se considera desde el punto de vista de las operaciones que realiza, se habla de naturaleza y no de esencia (aunque son prácticamente sinónimos). Por ejemplo, es más propio decir que la risa es una operación de la naturaleza humana que de la esencia humana.

 

Sustancia es lo que es en sí mismo y no es en otro. Por ejemplo, la naturaleza humana de cada persona es su sustancia.

 

Los accidentes, por el contrario, son siempre en otro. Por ejemplo, la sustancia de un cuerpo sustenta los accidentes de cantidad, calidad, etc. En el ejemplo anterior, la mayor o menor estatura, el color de los ojos, etc.

 

El accidente relación es el que utiliza la teología para acercarse al conocimiento de la Trinidad. Enseguida lo explicaremos.

 

Persona es un distinto subsistente de naturaleza racional. Subsistir es la existencia de una sustancia con todas las condiciones propias de su ser y de su naturaleza. Insistimos, la persona es un ser subsistenteracional. Todos los seres racionales son personas. Son personas Dios, los ángeles buenos y caídos, y el hombre. Si en el Universo existieran otros seres inteligentes, distintos a los hombres, también serían personas. A los seres no racionales les llamamos individuos; por eso es peyorativo llamar individuo a una persona.

 

Procesión. A las operaciones de Dios las llamamos también procesiones. Toda operación conduce a algo, por ello de toda procesión se origina una realidad. Cuando la realidad que se origina, que es término de la operación, permanece dentro de su principio de origen, como, por ejemplo, los propios pensamientos, se llaman operaciones o procesiones ad intra (hacia adentro).

Cuando el término de la operación se sitúa fuera de sujeto, como coger un objeto, se llaman operaciones o procesiones ad extra (hacia afuera).

 

2. Noción de relación.

Por relación entendemos la referencia de una cosa a otra. Así, decimos que una cosa A está junto a otra cosa B, o sea que está relacionada. Pero, si nos fijamos bien, también es cierto que B está junto a A; es decir, también se relacionan. Por ello, hay que concluir que entre dos realidades A y B siempre hay dos relaciones, la que va de A a B y, viceversa, la que une B con A.

 

Para que exista una relación son necesarias tres cosas. 1° Que haya un sujeto, en nuestro ejemplo A. 2° Un término absolutamente opuesto al sujeto; en nuestro ejemplo, B. Deben estar absolutamente opuestos A y B, porque si no fuera así de algún modo -en lo que no fuera opuesto o distinto-. B sería A y al revés, y no podría establecerse una relación en el aspecto en que fueran iguales. 3° Un fundamentopara la relación entre A y B, por ejemplo, la cercanía, sino es imposible la relación.

 

3.  Realidad de las procesiones inmanentes divinas. La existencia de procesiones inmanentes en Dios es una verdad de fe católica, revelada por el mismo Jesucristo: «yo procedo de Dios y de Dios he venido» (Ju 8,42).

 

El Concilio Vaticano I, fundándose en el conocimiento que le proporcionan las criaturas racionales, atribuye analógicamente a Dios dos procesiones inmanentes: la operación del entendimiento y la operación de la voluntad. Cuando las operaciones divinas son ad extra, Dios es causa de todo lo creado, como antes hemos explicado. Cuando las operaciones son ad intra, originan la Trinidad de Personas divinas, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.

 

4.   Naturaleza de las procesiones inmanentes divinas y sus relaciones. Es evidente que Dios se conoce a sí mismo, y que el término de su conocimiento -lo que conoce- es El mismo y por ello esta procesión es inmanente. Lo mismo sucede con la procesión de la voluntad, puesto que cuando Dios se ama, se quiere a sí mismo.

 

a)  La procesión u operación del entendimiento y sus relaciones. La razón humana intenta comprender con esta operación la existencia del Padre y del Hijo.

 

Sabemos que Dios-se conoce-a-sí-mismo. Al conocerse a sí mismo, el término de su conocimiento es Dios-que-es conocido.

 

Entre estos dos términos hay una real oposición. Una cosa es la acción activa de conocer y otra lapasiva de ser conocido. Una cosa es amar (activa) y otra ser amado (pasiva).

 

Si hay una real oposición, hay también una doble relación entre los dos términos, entre Dios-que-se-conoce y Dios-que-es-conocido y viceversa.

 

Más aún, afirmamos que la procesión del entendimiento, que estamos explicando, es una verdaderageneración de Padre a Hijo.

 

Es una generación, porque generar es la producción de un ser viviente que procede de otro ser viviente y con la misma naturaleza. Así, un hijo es un ser viviente que procede de sus padres, otro seres vivientes, y tiene la misma naturaleza. Si son hombres, la humana. Y, las demás especies, la suya propia. En el hombre, por ejemplo, una uña o el pelo no son hijos, porqué aún teniendo la naturaleza humana no están vivos y no son personas. Vemos, siempre analógicamente, que esto es así en Dios.

 

Tanto Dios-que-se-conoce como Dios-que-es-conocido son seres vivientes de la misma naturaleza.

 

Son seres vivientes y de la misma naturaleza porque ambos son Dios. Sólo que bajo dos aspectos radicalmente diferentes: Uno ama (está en activo) y otro es amado (está en pasivo).

 

Que en Dios todo es uno y el mismo Dios lo dice la simplicidad de Dios, que no tiene partes. Por ello debemos identificar ambos términos con el mismo Dios. Son subsistentes como El. Sólo se diferencian en que se oponen y sólo en este aspecto se manifiesta la generación del Padre y del Hijo.

 

Por ello la relación que va desde Dios-que-se-conoce a Dios-que-es- conocido es una relación que también se identifica con Dios, es subsistente como El, y es la relación de paternidad. Es el Padre.

 

Y del mismo modo, la relación inversa entre Dios-conocido y Dios-que- conoce es también subsistente como Dios y es la relación de filiación. Es el Hijo.

 

¿Por qué les llamamos a estas relaciones Padre e Hijo? Bien sencillo de comprender. Primero es la acción de Conocer y de ella se sigue en segundo lugar ser conocido. Pues bien, Dios primero conoce y después es conocido. A la primera acción activa de conocer la llamamos Padre ya la segunda de ser conocido la llamamos Hijo. Sucede lo mismo en la vida corriente: primero existen los padres y luego los hijos. Aunque no hay padres sin hijos y, en este sentido, unos y otros existen al mismo tiempo. Lo mismo sucede en la Trinidad, Padre e Hijo existen desde toda la eternidad.

 

Insistiendo, en lo que hemos dicho antes, vemos que la operación pasiva de ser conocido cumple verdaderamente con las condiciones de la generación, que antes hemos dicho. Dios conocido procede por generación de Dios que conoce, tiene la misma naturaleza divina y es Persona porque existe y es racional. Por eso, con toda propiedad son Padre e Hijo.

 

En conclusión, las relaciones subsistentes constituyen las Personas divinas del Padre y del Hijo.

 

Podríamos explicar con mayor detalle la procesión del entendimiento y su doble relación para intentar comprender que el misterio de la Trinidad no es contradictorio con la razón humana. Pero lo dicho nos parece suficiente para intuir que esto es así.

 

Además, esta explicación está de acuerdo con la Revelación, que llama al Hijo, Verbo o Idea del Padre. Así comienza el Evangelio de San Juan «Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... «y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» (Ju 1,1 y 14).

 

Por tanto, es doctrina católica que el Hijo es engendrado por la operación o procesión del entendimiento de Dios.

 

b)   La procesión de la voluntad o amor de Dios y sus relaciones. La procesión del entendimiento de Dios, con sus dos relaciones, nos han proporcionado entender algo de la generación en Dios.

 

Ahora bien, el Padre y el Hijo, que se conocen eternamente, se aman también eternamente.

 

El conocimiento es siempre anterior al amor. Nadie puede amar lo que no conoce.

 

Que el Padre y el Hijo se aman eternamente es evidente, porque tanto el padre como el Hijo son el Bien Supremo, son el mismo Dios. Y el amor siempre es amor al bien. Por ello, Padre e Hijo no pueden dejar de amarse.

 

Tenemos, pues, también aquí, en la procesión de la voluntad, dos términos opuestos, de modo semejante a la procesión del entendimiento: Dios-que- ama y Dios-que-es-amado.

 

Son dos términos opuestos porque, como antes hemos dicho, una cosa es amar (operación activa) y otra es ser amado (operación pasiva).

 

Entre estos dos términos opuestos se establecen en consecuencia dos relaciones. Una entre Dios-que-ama y Dios-amado y la contraria.

 

Ahora bien, esto, a simple vista, podría hacernos pensar que estas dos relaciones, deberían ser subsistentes como las del entendimiento y por la misma razón, darían lugar a otras dos Personas Divinas. y esto está en contra de la Revelación, que habla sólo de la Trinidad de Personas en Dios, no de cuatro Personas.

 

Pues bien, no hay dos relaciones subsistentes en la procesión del amor, sino una sola; la que va de Dios-es-amado a Dios-que-ama. Se le llama espiración pasiva -porque el amor es como un suspiro- y es la relación subsistente o Espíritu Santo, la que va de la acción pasiva de ser-amado a la activa de amar.

 

La relación que parece existir entre Dios-que-ama (acción activa) y Dios- amado (acción pasiva) no existe realmente. Y no existe porque no hay una real oposición entre estos dos términos. Ya hemos dicho que para que se dé una relación es necesaria la oposición de los términos.

 

Esta relación que se fundamenta en Dios que ama no se opone realmente a Dios-amado porque, recordarlo, Dios que ama es el Padre y el Hijo que se aman. Y no hay ninguna oposición o contradicción en la naturaleza del Padre y del Hijo y su amor.

 

Así como nadie puede ser padre de sí mismo y, por ello, la procesión del entendimiento tiene dos términos realmente opuestos, no se opone a ser Padre o Hijo el amor. Un padre ama y un hijo ama y por este motivo no dejan de ser tanto padre como hijo.

 

Al no haber oposición entre Padre e Hijo que se aman no existe una relación real entre este término y Dios-que-es-amado. Y, por tanto, la espiración activa -así se llama el amor mutuo de Padre e Hijo- no constituye ninguna persona.

 

La procesión de la voluntad es más difícil de entender para nosotros, porque no tenemos palabras tan claras que expresen el amor como las tenemos para el entendimiento.

 

Pero aunque nos cueste más entenderlo, entre ser amado y amar existe una real oposición. Nadie puede ser amado y amar al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. Esta oposición es igual a la estudiada de que nadie puede ser padre e hijo de sí mismo.

 

En conclusión, la espiración pasiva, o sea, la relación subsistente que va del Dios-amado a Dios-que-ama es el Espíritu Santo.

 

La Revelación fundamenta esta explicación, pues al Espíritu Santo se le llama así, Espíritu, y los otros nombres, Defensor... también indican que el Espíritu Santo es Amor.

 

Por tanto, es doctrina católica que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por la procesión del amor o voluntad.

 

Como el amor es propio del espíritu de los hombres y no de la materia -es un sentimiento-- por eso, al amor de Dios se le llama Espíritu Santo.

 

5.   El Espíritu Santo no procede por generación (de fe).

El símbolo Quicumque confiesa refiriéndose al Espíritu Santo: «no fue hecho, ni engendrado, ni creado, sino que procede» (DS 75). Por tanto El Espíritu Santo no es Hijo de Dios. Verdad contenida en la Revelación que no habla más que de un Único Hijo o Unigénito de Dios. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

 

O como enseñan los Ortodoxos, el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo. Esta fórmula de expresar la Trinidad es igual a la anterior. Esta diferente manera de enseñar la Trinidad (en el rito latino, «Padre e Hijo (filioque, en latín) y Espíritu Santo; y en el rito oriental, «Padre por el Hijo (per filíum, en latín) y Espíritu Santo) fue una de las causas del Cisma de la Iglesia Oriental. A ellos les parecía elfilioque una herejía, no lo es: hoy día, esta confusión ha sido aclarada.

 

3. Conclusión

Aun siendo cuatro las relaciones que se predican de Dios, sólo tres se oponen mutuamente: la paternidad se opone a la filiación, la filiación a la paternidad y la espiración pasiva a las dos anteriores simultáneamente, de modo que la paternidad conviene sólo al Padre, la filiación solamente al Hijo y la espiración pasiva sólo al Espíritu Santo.

 

La fe de la Iglesia enseña que: «El Padre no fue hecho por nadie, ni engendrado, ni creado; el Hijo es sólo del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado; el Espíritu Santo no fue hecho, no creado ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo» {Símbolo Quicumque, DS 75).

 

 

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

(Resumen)


261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios.

263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".

264 "El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión" (S. Agustín, Trin. 15,26,47).

265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF 9).

266 "La fe católica es esta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Symbolum "Quicumque").

267 Las personas divinas, inseparables en lo su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.

 

 

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